Quienes participaron de la cena la noche anterior a cuando
fue encontrado el cuerpo sin vida de una mujer se conoció algunos años más tarde. La madre de
la víctima finalmente confesó quienes estuvieron en la casa, pero el fiscal
prefirió no tomarle declaración… “Dejame de joder, la causa ya está archivada”,
se quejó el representante del Ministerio Público ante el pedido de uno de los
investigadores que había logrado persuadir a la anciana para que contara,
finalmente, quiénes habían estado en su casa, escenario del crimen. Antes, esa
mujer introvertida, tosca, de carácter poco afable, había intentado contar lo
que sabía, y, tal vez, lo que le tocó modificar en la escena del asesinato de
su hija. Pero en dos oportunidades recibió brutal paliza en la calle que la
hizo cambiar de opinión. Hoy, el caso sigue impune, con un fiscal sospechado de
“lavar” el caso porque el principal involucrado es su amigo, con el que
compartió muchas peñas, y además es un poderoso transportista que puede manejar
voluntades con dinero o actitudes mafiosas. También se habla de policías que
modificaron el lugar del hecho, con algunas pruebas plantadas y otras que
desaparecieron.
El crimen fue descubierto el jueves 21 de Septiembre de
2006. Un día de festejos de adolescentes porque en esa fecha se celebra el Día
del Estudiante y el Día de la Primavera. La mayor cantidad de policías
controlaban discretamente los lugares donde había más actividad, en un parque,
en la playa, en algunos clubes ribereños. ¿La ciudad? Puede ser cualquiera, con
características de veraneo, abundantes médanos, un puerto en el estuario de un
río de llanura, el verdor de los pinares…
La historia oficial comenzó a escribirse cerca de las 14.30,
cuando Mirta Caceca, septuagenaria y dueña de la casa que habitaba junto a su
hija, llegó del trabajo (limpiaba casas por hora) y encontró a Mónica Nailon
muerta, semidesnuda, con ropa interior que no era suya, moretones en los brazos
y con evidencias, a simple vista, de haber recibido un fuerte golpe en la
frente.
Los primeros policías que llegaron al lugar dieron aviso a
la Fiscalía de turno. “El cadáver es de una mujer de 42 años, según nos
manifestó la madre. Hay desorden en la casa… todo indica que puede tratarse de
un homicidio en ocasión robo”, fueron las estimaciones del efectivo policial.
En pocos minutos, la casa estuvo rodeada de móviles, muchos
funcionarios de la Fiscalía de turno, efectivos policiales, investigadores… Uno
de estos frunció el seño. “Tengo el presentimiento que el escenario está
distorsionado… alguien modificó la escena”. “¿Su hija fumaba señora? ¿y
usted?¿Si no fuman porque el cenicero tiene tantas colillas de cigarrillos?”,
preguntó el investigador.
“Son de los policías que llegaron primero”, recibió por
respuesta. Esta situación marca que no fue preservado la escena del crimen como
corresponde. Además, el cenicero, después desapareció.
La primera impresión óptica reunía todas las características
de un homicidio en ocasión robo. Pero, para cualquier investigador, incluso
poco experimentado, quedaron muchos
indicios que permitieron sospechar de un arreglo del escenario del crimen.
Del entorno de la víctima se dejó deslizar el romance
prohibido con un transportista casado. Era habitual ver su vehículo frente a la
casa de Mónica Nailon. Pero rápidamente se procuró buscar otro móvil… así
desapareció la estatuilla de un Virgen María, rastros de elementos “caídos”
hacia el fondo de la vivienda… otros de haber saltado la pared medianera al
patio vecino… todo muy prolijo, como “sembrado”… “mmm, esto fue armado”, pensó
el investigador.
No obstante, con las primeras evidencias reunidas, el crimen
se centró en la persona titular de la empresa de transportes “Picogrande” de la
ciudad. Al enterarse el fiscal de la causa, doctor Mirayanda, sobre quién era el principal sospechoso,
todos pensaban que se iría a excusar porque era reconocido el grado de amistad
entre ambos. “La causa cayó en mi fiscalía, y no le voy a esquivar el bulto”,
dijo el representante del Ministerio Público, tomando aire para inflar el
pecho, al tiempo que acomodó sus lentes con la mano derecha, y peinó sus
bigotes con la izquierda. Nadie dijo nada, pese a conocer las noches de peñas
que ambos solían compartir.
Es más, en declaraciones a la prensa, apuntó contra el dueño
de Picogrande, y algunos días más tarde dio a conocer que el sospechoso
permitió que le extrajeran sangre para cotejarla con la encontrada en el lugar
del hecho. “Le tomamos declaración como testigo, y accedió al examen de sangre.
También aportó información precisa y comprobable…colaboró con la causa judicial
y no se lo pudo involucrar en el violento episodio”, fue categórico el doctor
Mirayanda, dejando fuera de la mira de sospechas a su amigo.
A partir de ese momento, surgió que habrían sido dos los
sujetos que participaron del asesinato, pero en el avance de la investigación
no se pudo comprobar ninguna hipótesis al respecto.
Llamó la atención el incesante aporte de “testigos” del
empresario transportista, como también su llegada anticipada a la casa de
quienes iban a recibir citaciones por parte de la Fiscalía. Sin embargo, nadie
se quejó por esto.
El investigador que notó todas estas maniobras pidió varios
allanamientos, pero el doctor Mirayanda los negó. Sólo permitió utilizar
“luminol” en el escenario del crimen, constatándose que hubo un reguero de
sangre por toda la casa, pese a que apareció limpia. El luminol se utiliza en
química forense para detectar trazas de sangre bajo emisión de luz.
La prueba fue positiva y quedó demostrada la manera en que
fue arrastrado el cuerpo de la víctima, que, evidentemente, le cambiaron las
prendas íntimas, el recorrido desde la pileta de la cocina y del baño para
conseguir agua y limpiar minuciosamente cada rincón de la casa.
Aquí es donde el investigador disidente al pensamiento del
fiscal desarrolla su teoría de que quién limpió la casa fue la madre de la
víctima. “El empresario de Picogrande cenó esa noche en la casa, se quedó como
muchas veces lo hizo antes, pero esta vez la pareja discutió… la jornada
terminó con el crimen, y, la madre de Mónica fue obligada a colaborar”.
Siguiendo su corazonada, el investigador intentó muchas
veces que Caceca le confiara qué había sucedido aquella noche… finalmente se lo
dijo. “Esto que me contás a mí, se lo tenés que decir al fiscal”.
–Tengo mucho miedo,
si mató a mi hija, ¿cómo se que no lo haría conmigo?.
–Lamentablemente la
única manera de que se haga justicia es la denuncia. Entiendo tu temor.
– Quiero dormir en paz… si, si, creo que lo voy a hacer…
Al día siguiente Caceca buscó la mejor ropa, fuera de moda
pero la menos vieja, brillante por la humildad pero no por la tela. Se presentó
en Fiscalía sin avisar, pidió hacer la denuncia. “Aguarde señora, ya se la
toman”, le dijo la chica a cargo de la mesa de entrada.
Mientras aguardaba en el hall de la Fiscalía apareció el
transportista, habló con la mujer, y se fue. La anciana pareció derrumbarse,
con los ojos llenos de lágrimas, se dirigió hacia la salida, y salió caminando
sin rumbo. Algunos minutos más tarde fue hallada tirada en la vía pública con
rastros de haber recibido brutal paliza. “Fueron unos chicos que me quisieron
robar”, dijo a la policía.
Nadie creyó en la historia del robo. Sin embargo, el fiscal
Mirayanda, se encargó de decir a la prensa que “se trató de un caso de ladrones
comunes” y que “nada tiene que ver ese atraco con el crimen de su hija”.
Varios meses más tarde sucedió un episodio similar. “Cada
vez que intenta contar que pasó aquella noche, le dan una paliza…”, se lamentó
el investigador.
Hoy la anciana parece no recordar nada. Ya no siente ese
gran peso sobre su espalda ¿Por qué cambió la actitud? Según ella porque “quiero
vivir lo mejor que pueda lo que me resta de vida, así que me olvidé del
pasado”, expresó, dejando ver, curiosamente, un esbozo de sonrisa tan
inhabitual en ella.
“20 de septiembre de2006. Hoy cenamos en casa con mi ex patrón
y amante. Dijo a su esposa que tiene que
viajar para supervisar uno de sus camiones pero la realidad es que estará
conmigo… mamá está enojada por la situación, pero ya no me dice nada. Estoy
feliz, hoy le voy a pedir que convivamos…”
Ese es el secreto de Caceca. Entregó el diario íntimo de
Mónica a alguien de su confianza. “Prometeme que el día que yo muera lo vas a divulgar,
así finalmente se hará Justicia con Mónica”…